En un futuro neutro en carbono, que Europa espera alcanzar en 2050, las energías renovables desempeñan un papel fundamental. Además de no producir emisiones contaminantes y ayudar a combatir el cambio climático, también permiten preservar recursos naturales.
Entre sus beneficios, también se puede mencionar que son una fuente inagotable de energía, que puede reducir la dependencia energética de terceros. Se presentan también como una oportunidad para generar empleo y para el desarrollo de zonas rurales.
Sin embargo, el desarrollo de las renovables eléctricas plantea un gran reto tecnológico: el almacenamiento de la energía producida. Las instalaciones solares o eólicas, por ejemplo, permiten la obtención de una electricidad limpia y segura. Pero si no hay luz solar o viento, no son capaces de sustentar la red eléctrica. Si perseguimos el objetivo de eliminar la dependencia energética de fuentes no renovables, el almacenamiento de la energía limpia producida es clave para cubrir ese hueco.
El desarrollo de las renovables eléctricas plantea un gran reto tecnológico: el almacenamiento de la energía producida
La demanda de energía no para de crecer, obviando el paréntesis que supuso la pandemia. Ante la escasez de recursos y las tensiones geopolíticas, la potencia instalada de energías renovables también sigue al alza.
A pesar de estos dos datos, la transición energética se topa con un desafío clave: para que las energías renovables eléctricas sean una solución real a nivel global, es preciso compensar el suministro intermitente que ofrecen.
Las energías renovables eléctricas requieren de unas condiciones meteorológicas indispensables para funcionar. Su producción, incluso en el transcurso de un mismo día, puede ser muy variable. Aquí es donde entra la necesidad de almacenar la energía generada para que pueda ser utilizada cuando exista demanda.
Dependiendo de la fuente renovable, disponemos de distintas opciones, como el bombeo en embalses con centrales hidráulicas o el empleo de sales altamente caloríficas en centrales de concentración solar. Pero hay una opción que cada vez gana más adeptos por sus múltiples ventajas: el hidrógeno verde, considerado el vector energético del futuro.
El hidrógeno verde se posiciona como una solución clave para el almacenamiento de energía renovable eléctrica a gran escala. Se trata de una tecnología viable que permite liberar la energía almacenada de forma controlada en el momento que sea necesario, compensando así la generación intermitente de las renovables eléctricas.
Entre sus múltiples ventajas destaca que es una energía totalmente limpia, ya que no emite CO2 ni en su producción ni en su consumo. Además, es versátil y gestionable. Si a esto le sumamos que se puede utilizar tanto en movilidad, como para consumo doméstico, comercial e industrial, estamos hablando de toda una revolución para el sector energético.
El hidrógeno verde se posiciona como una solución clave para el almacenamiento de energía renovable eléctrica a gran escala
El hidrógeno verde también puede ser transportado utilizando la infraestructura existente, bien con redes dedicadas solamente a hidrógeno o mezclado con gas natural, lo cual facilita su distribución a aquellos puntos donde sea necesario. Esta cualidad es especialmente relevante ya que, otras alternativas como las baterías tienen un coste inasumible a gran escala. Su despliegue a gran escala entra en los planes de la Unión Europea y de España para conseguir un futuro neutro en carbono para 2050.
Un futuro sostenible en el que podamos utilizar exclusivamente energías limpias puede ser viable si resolvemos el dilema del almacenamiento. Gracias a la capacidad de almacenamiento y transporte del hidrógeno renovable, estamos en el buen camino.