La introducción en el sistema energético de fuentes renovables se ha convertido en una prioridad de cara a cumplir con los objetivos de neutralidad climática fijados por la Unión Europea para 2050.
En esta carrera hacia un continente “cero emisiones”, el sector energético se vale, entre otros, de la biotecnología como un fuerte aliado. Esta rama de la biología, que se aplica en diversos sectores como la medicina o la alimentación, trata de aplicar fundamentos tecnológicos a organismos vivos y sistemas biológicos, de modo que se puedan crear o modificar productos y procesos.
Así, es posible, por ejemplo, aumentar la resistencia de algunas plantas a ciertas plagas, mejorar el rendimiento de producción de algunos cultivos, hacer más eficiente el tratamiento de residuos líquidos o crear tejidos in vitro para tratar lesiones, entre muchas otras aplicaciones.
En el campo de la energía, la biotecnología puede ayudar a sustituir los combustibles tradicionales mediante la utilización de biomasa como fuente de energía. La biomasa se sirve de materia orgánica como cosechas, residuos agrícolas o celulosa, entre otros, para obtener calor y electricidad mediante distintos procesos; por ejemplo, la combustión o el aprovechamiento de gases generados por su descomposición.
De esta forma, la biotecnología permite generar combustibles con un balance neutro de emisiones. Pero la producción a una escala lo suficientemente grande que permita cubrir todas las necesidades, permitiendo que la transición energética sea real, todavía es un desafío.
La biotecnología permite generar combustibles con un balance neutro de emisiones
A ello se suma que los procesos de obtención de combustibles mediante biotecnología también se encuentran con algunos prejuicios en términos sociales, económicos y ambientales que hacen controvertida esta visión. Y que ponen de relieve lo necesario que resulta que la transformación sea sostenible en el más amplio sentido de la palabra: socialmente justa, económicamente viable y medioambientalmente responsable.
El empleo de la biotecnología para crear combustibles que supongan una alternativa energética sostenible tiene cinco grandes beneficios a destacar:
1) Disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero y eliminación de emisiones tóxicas respecto a los combustibles tradicionales.
2) Reducción de la dependencia de combustibles tradicionales.
3) Alternativa viable de ingresos para el sector primario y posible motor de desarrollo rural.
4) Reducción de contaminantes en el suelo y el agua (con el consiguiente beneficio para la salud de las personas y los ecosistemas).
5) Posibilidades de valorización energética de residuos y reducción de desechos.
La biotecnología aplicada al sector energético requiere de cultivos que deben ser gestionados de manera ética, para evitar consecuencias negativas a nivel local, con repercusiones globales. Así, una de las formas más destacables de evitar estos efectos indeseados es la promoción de una nueva generación de combustibles derivados de la celulosa. Estos biocombustibles permitirán afrontar este desafío de una forma más sostenible y, al mismo tiempo, diversificar el suministro energético.
Es necesario crear mano de obra especializada e impulsar proyectos de inversión en colaboración con administraciones públicas e instituciones privadas
Considerados como biocombustibles de segunda generación, su interés radica en la obtención de etanol a partir de la celulosa; es decir, a partir de productos sin usos alimentarios (leña, astillas, serrín, etc.), plantas cultivadas en tierras marginales (de escasa fertilidad o bajo valor) o productos que requieren menor cuidado (evitando la necesidad de utilizar fertilizantes dañinos para el medio ambiente).
En este contexto se demuestra la importancia de la innovación para impulsar la transición energética. Es necesario formar mano de obra especializada, impulsar proyectos de inversión en colaboración con administraciones públicas e instituciones privadas y crear pruebas piloto que permitan alcanzar un despliegue tecnológico a mayor escala.