En su libro ‘Hidrógeno: el nuevo petróleo’, Thierry Lepercq habla del hidrógeno como “la cuadratura del círculo, la respuesta simple y evidente a las expectativas de todos los consumidores: una energía casi infinita, limpia, descarbonizada, sin residuos, disponible en todo momento, que se puede producir en cualquier lugar en el que haya sol y/o viento y agua, que no depende de los ciclos de las materias primas ni de los riesgos geopolíticos y que, muy pronto, alcanzará un precio imbatible”.
Conversamos con él para comprender cómo ha llegado hasta esta conclusión:
La historia de la energía consta de fases sucesivas. Las nuevas fuentes de energía han ido surgiendo la mayoría de las veces como complemento de las anteriores, ofreciendo una mayor ventaja comparativa (abundancia, versatilidad, facilidad de transporte y almacenamiento, competitividad, etc.).
La situación que vivimos hoy en día es diferente: no se trata ya de encontrar un nuevo complemento a las energías existentes, sino de sustituir lo antes posible las energías fósiles -que representan el 84% del mix energético mundial-, sin esperar a que se agoten los recursos.
Se trata de un desafío inmenso, y la única solución que puede desarrollarse rápidamente, a gran escala y de forma competitiva es el llamado hidrógeno «verde», que se produce mediante electrólisis del agua utilizando energía solar y eólica. La clave para que el cambio sea lo más sencillo posible es aprovechar al máximo la infraestructura existente, por ejemplo, los gasoductos e instalaciones de almacenamiento subterráneo de gas y las turbinas de petróleo, gas y carbón que generan electricidad y calor.
Si se alcanza consenso en torno al hecho de que los combustibles fósiles son superabundantes -especialmente en el caso del gas y el petróleo de esquisto- y que deberán ceder su lugar lo antes posible, se estará cuestionando el modelo económico, el poder y la estabilidad de las regiones y países productores y exportadores. Entre ellos, Rusia, que se sitúa a la cabeza, Oriente Medio, algunos países africanos y Estados Unidos, que se ha (re)convertido en la principal potencia mundial del petróleo y del gas. Europa, cuyos recursos fósiles son muy limitados, está, paradójicamente, en una mejor situación.
¿Cómo podemos permanecer en el mundo de las energías fósiles si tenemos una alternativa descarbonizada que es práctica y competitiva?
La clave del desarrollo masivo del hidrógeno no es el sol o el viento como recurso -casi infinito y bien distribuido por el mundo-, ni la tecnología -la electrólisis es un proceso sencillo-. Es la existencia de infraestructuras de transporte y almacenamiento y la capacidad de contratar el suministro de energía durante períodos largos con entidades o empresarios.
Es fundamental concebir la energía como sistema -y no solo la electricidad, que únicamente representa el 20% de la cesta-, garantizando simultáneamente la seguridad del suministro, la competitividad y la descarbonización.
Se trata de una situación delicada. En efecto, es necesario que los actores del sector de la energía, con el apoyo de los reguladores, de los poderes públicos y de los territorios, vuelvan a asumir la responsabilidad del «servicio público» que es la energía.
Por tanto, es necesario pasar lo más rápidamente posible del sistema estable que existía hace dos décadas a un nuevo sistema estable y totalmente descarbonizado, reduciendo al mínimo el riesgo de una transición caótica. Dicha transformación solo puede lograrse mediante la rápida implantación de un nuevo upstream, junto con la transformación de las infraestructuras existentes de transporte, almacenamiento (midstream) y de suministro energético (downstream).
En 2019, el petróleo, el gas y el carbón representaban más de 12.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo. Si la capacidad solar continúa creciendo al ritmo de los últimos cinco años (+25% por año), la sustitución completa de los combustibles fósiles será posible en el año 2040.
Por supuesto, el electrón solar no puede llevarnos por sí mismo a dicho objetivo: es variable, se encuentra disponible más fácilmente en unas regiones que en otras, su almacenamiento y transporte es complejo y está poco adaptado a determinados usos.
El reto es convertir este electrón en una molécula descarbonizada que pueda sustituir por completo a los combustibles fósiles, con la misma versatilidad, facilidad de transporte a larga distancia y de almacenamiento masivo y seguridad de suministro en todo momento. Esa molécula es el hidrógeno.
Lo que algunos temen, -aquellos preocupados por el futuro del planeta-, otros lo aguardan impacientes. En la vida hay dos actitudes: podemos esperar o temer que las cosas finalmente sucedan, o podemos tomar la iniciativa. La competitividad del hidrógeno es una carrera de coste-volumen, siguiendo la lógica del huevo y la gallina. El nivel que ya han alcanzado la energía solar y la eólica en algunos países (alrededor de 15$/MWh) marca un hito.
Si se aumenta la potencia de los electrolizadores muy rápidamente, se puede alcanzar el umbral de 200$/kW para dichos equipos. A partir de ahí, es posible prever la producción de hidrógeno a 1$/kg (o 25$/MWh), un nivel comparable al precio de equilibrio a largo plazo del GNL (gas natural licuado) importado a Europa, que corresponde a un barril de petróleo a 43$.
La buena noticia es que el hidrógeno puede «colarse», literalmente, en la infraestructura existente de transporte y almacenamiento de gas y en las turbinas de generación de energía y calor, con inversiones relativamente bajas
En cuanto se contraten los primeros proyectos de hidrógeno verde a este nivel, podemos esperar una fuerte sacudida del mercado, con un cambio rápido en la demanda de energía y en los mercados financieros: ¿cómo podemos permanecer en el mundo de las energías fósiles si tenemos una alternativa descarbonizada que es práctica y competitiva?
Nada de esto será posible sin contar con las infraestructuras existentes de midstream y de downstream, por una simple razón: no disponemos del tiempo ni de los medios para invertir los miles de millones de dólares necesarios para reconstruirlo todo. La buena noticia es que el hidrógeno puede «colarse», literalmente, en la infraestructura existente de transporte y almacenamiento de gas y en las turbinas de generación de energía y calor, con inversiones relativamente bajas.
Esta es una excelente noticia para los operadores de transporte de gas y los productores de energía a partir del gas y del carbón. Mientras que algunos anuncian su desaparición como «activos obsoletos», en este modelo son piezas centrales del tablero de juego. Con el hidrógeno, sus activos y sus equipos tienen por delante un futuro prometedor: proporcionar a los consumidores un producto universal, un recurso prácticamente infinito, competitivo, bueno para el planeta y que consolide el poder de los consumidores y de los territorios.
Estas empresas van a gozar de una gran popularidad, especialmente entre inversores de todo el mundo que buscan incesantemente oportunidades de inversión limpias y sostenibles.
Europa tiene una oportunidad: está desprovista de recursos fósiles y no cuenta con los gigantes digitales que llevan a algunos en Silicon Valley y China a creer que el cambio climático puede resolverse mediante la electrificación y la digitalización. La Unión Europea es la única entidad importante del mundo que se ha fijado el objetivo de la neutralidad en carbono para 2050 y ha adoptado un «Pacto Verde» muy ambicioso.
La Unión Europea es la única entidad importante del mundo que se ha fijado el objetivo de la neutralidad en carbono para 2050 y ha adoptado un «Pacto Verde» muy ambicioso.
Especialmente, en España y Portugal asistimos a un auge excepcional de proyectos solares a niveles ultracompetitivos. Contamos con los líderes mundiales en electrólisis, Thyssenkrupp (Alemania) y Nel (Noruega), por no mencionar numerosas empresas altamente innovadoras a lo largo de toda la cadena de valor del hidrógeno.
Tenemos operadores de infraestructuras ágiles y creativos, en particular en España e Italia, que están preparando el terreno para la transformación acelerada de sus activos. También consumidores y áreas geográficas que, por todas partes, demandan suministros de energía descarbonizada. Por último, contamos con inversores y bancos que lo han comprendido: su salvación pasa por la descarbonización acelerada de sus carteras
Hace casi 60 años, el presidente Kennedy, ante la amenaza existencial de la competencia soviética en el espacio y en otros lugares, lanzó su famoso llamamiento «Moonshot», instando a Estados Unidos a movilizarse para enviar un hombre a la Luna, lo que se logró en menos de diez años gracias a un importante esfuerzo nacional. Estamos en la misma situación, en Europa y en el mundo, con el reto mucho más importante de un nuevo «Moonshot»: el del cambio climático y la sustitución de los combustibles fósiles.
La diferencia en este caso es que no todo depende de una sola organización, como fue la NASA en su momento, sino que la solución radica en la iniciativa concertada de actores de distintos países, tanto públicos como privados, a lo largo de la cadena de valor. Ahora debemos trazar el rumbo: los actores que pondrán en marcha los primeros proyectos demostrarán que sí es posible producir, transportar, suministrar y financiar hidrógeno verde en cantidades elevadas y a un coste comparable al de los combustibles fósiles. Ellos serán los nuevos Armstrong y Aldrin. ¡Esperemos que sean muchos más!