Alrededor del 56 % de la población mundial vive en ciudades, una cifra que no para de crecer y se espera que llegue hasta el 68 % en menos de treinta años. Teniendo en cuenta que, según la ONU, las zonas urbanas emiten la mayoría de los gases de efecto invernadero, consumen la mayor parte de los recursos, tanto energía como agua, necesitan hasta el 75 % de la energía producida, y a su vez son un foco de desigualdades, se debe encontrar la forma de poder mantener un equilibrio beneficioso para todos sus habitantes y para el ecosistema.
Una de estas soluciones son las ciudades sostenibles (smart cities), de las que cada vez más vemos más ejemplos.
Las ciudades sostenibles garantizan la satisfacción de las necesidades de toda la ciudadanía, sin comprometer las de las generaciones futuras. Así, el término smart city, a menudo también traducido como “ciudad inteligente” o “ciudad eficiente”, se refiere a núcleos urbanos que, de distinta forma, apuestan por el desarrollo sostenible.
Las formas de alcanzar esa sostenibilidad pueden variar pero todas tienen un denominador común: un marcado carácter ecológico y circular, en el que la energía es un elemento clave. En este sentido, los ámbitos diferenciales de las ciudades sostenibles son los siguientes:
Las ciudades sostenibles garantizan la satisfacción de las necesidades de toda la ciudadanía, sin comprometer las de las generaciones futuras
Las ciudades son importantes consumidoras de recursos, por lo que una de las principales vías para garantizar su sostenibilidad es el tipo de energía de la que se abastece. Una ciudad no puede ser sostenible si la energía que consume no lo es. Por ello, cuando hablamos de ciudades sostenibles, hablamos de ciudades que funcionan sobre la base de la eficiencia y las energías renovables.
Si bien en los últimos años se ha popularizado la creación desde cero de ciudades sostenibles como Masdar (Abu Dhabi) o AI City (China), los ejemplos más prácticos los podemos ver en núcleos ya existentes que avanzan hacia esta cualidad. Es ahí donde está la clave para lograr que las ciudades sean sostenibles; en la transformación.
En España tenemos un buen ejemplo. Mallorca está desarrollando el proyecto Green Hysland, que aspira a desplegar un ecosistema de hidrógeno en la isla, convirtiéndose en el primer hub de hidrógeno verde del Suroeste de Europa. El proyecto contempla toda la cadena de valor y las infraestructuras necesarias para la producción de hidrógeno verde a partir de energía solar y su distribución a los usuarios finales: sector turístico (hoteles), transporte, sector industrial y energético. Además tiene como objetivo la inyección en la red de gas de la isla de este hidrógeno renovable para la generación de calor y de energía verde.
También en lugares como Reykjavik, en Islandia, obtienen casi toda la electricidad que precisan del fuego (energía térmica) y del hielo (energía hidráulica). O en Burlington, la ciudad más poblada del estado de Vermont, en Estados Unidos, que ha conseguido abastecer de energía a sus más de 42.000 habitantes solo a través de fuentes renovables.
Otro de los parámetros que determina los niveles de sostenibilidad de una ciudad lo encontramos en su oferta de movilidad y transporte.
El tráfico tiene mucho peso en el deterioro de la calidad de vida en las ciudades, independientemente de su tamaño, al ser un importante generador de contaminación que empeora la calidad del aire.
En España se ha optado por el establecimiento de medidas que regulen el tráfico, especialmente limitando el acceso a vehículos contaminantes a los núcleos urbanos, y también por la introducción de flotas de vehículos sostenibles: eléctricos o movidos por gas natural o gases renovables.
Madrid posee una creciente flota de autobuses propulsados con GNC; Pamplona aprovecha el biometano de la planta de residuos de Imarcoain y el biogás de la depuradora de Arazuri en su transporte público; Barcelona es pionera en el uso de hidrógeno en el transporte municipal mediante autobuses y estaciones públicas de abastecimiento.
También en el transporte pesado, marítimo y ferroviario, el gas natural se ha posicionado como una alternativa sostenible. En este sentido Huelva cuenta con un puerto que, además de hub logístico de GNL, está impulsando un corredor verde de transporte de mercancías por ferrocarril.
El gas natural y los gases renovables aplicados a la movilidad ofrecen numerosas ventajas respecto a los combustibles tradicionales, entre ellas que ofrecen una mejora en la calidad del aire y una reducción de emisiones.
El gas natural y los gases renovables aplicados a la movilidad ofrecen una mejora en la calidad del aire y una reducción de emisiones
Otro de los mayores problemas derivados de la concentración de población es la cantidad de residuos que se generan. Por este motivo la gestión de residuos bajo un modelo de economía circular también es de gran relevancia en cualquier ciudad sostenible. Esto implica iniciativas de consumo responsable, reciclaje, valorización energética, reparación de artículos, etc.
Una de las opciones que está ganando posiciones en los últimos tiempos pasa por la valorización energética de los residuos, es decir, convertir los desechos en fuentes de energía. Un claro ejemplo de economía circular. Esto ocurre con el biogás/biometano, un gas renovable que se obtiene a partir de los residuos biodegradables y es una fuente de suministro energético renovable, local y almacenable, y que tiene un impacto positivo sobre el empleo y la economía rural.
En España contamos con varios casos de valorización energética de los residuos y generación de energía renovable. El proyecto ‘Unue’, en Burgos, está dirigido a transformar biogás en biometano para la posterior inyección de este gas renovable en la red de gasoductos del sistema gasista español.
La Generalitat Valenciana también está desarrollando un proyecto de economía circular a partir de la paja del arroz, con el que se producirán 87 GWh al año de gas renovable, el equivalente a más del 15 % del consumo de gas natural que tiene la ciudad de Valencia, para introducirlo en la infraestructura gasista.