La Unión Europea ha establecido una nueva clasificación de los tipos de hidrógeno que sustituye al tradicional sistema de colores y que se centra en criterios técnicos y regulatorios. El objetivo es garantizar una trazabilidad clara y evitar confusiones sobre el verdadero impacto ambiental de cada modalidad de producción.
En este artículo repasamos los cinco tipos de hidrógeno reconocidos, sus características, requisitos legales y relevancia para el futuro energético.
Hasta hace poco, era popular el uso del sistema basado en colores para diferenciar el hidrógeno: “verde” para el renovable, “gris” para el fósil, “azul” para el producido con captura de CO₂, etc.
Aunque era útil como explicación simplificada, ese sistema presentaba tres retos:
Por eso, la nueva clasificación se basa en tipologías reguladas, ligadas a parámetros medibles como el origen de la energía, la materia prima utilizada y la reducción de emisiones lograda.
La actual normativa europea distingue cinco grandes categorías de hidrógeno. Cada una responde a un modelo de producción y tiene implicaciones diferentes para el mercado y la sostenibilidad.
Es la categoría más estricta y la que marca el estándar de sostenibilidad dentro de la Unión Europea. Sus características principales son que se produce mediante electrólisis del agua, utilizando electricidad procedente de fuentes renovables como la solar o la eólica.
Además, está regulado por los Reglamentos Delegados (UE) 2023/1184 y 2023/1185, dos normas muy importantes para aclarar qué se puede considerar hidrógeno realmente renovable.
La primera es el Reglamento Delegado (UE) 2023/1184. Esta norma dice qué condiciones debe cumplir la electricidad usada en la producción de hidrógeno para que se considere renovable. No basta con que provenga de paneles solares o molinos de viento: tiene que ser electricidad de plantas nuevas (esto se llama adicionalidad), tiene que producirse en el mismo lugar y al mismo tiempo que se utiliza en la electrólisis (correlación temporal y geográfica), y además hay que poder demostrar y documentar de forma fiable que esa energía es renovable.
La segunda norma es el Reglamento Delegado (UE) 2023/1185, que va un paso más allá. Establece que, para ser aceptado como hidrógeno renovable o como combustible de carbono reciclado, el proceso de producción debe reducir al menos un 70 % las emisiones de gases de efecto invernadero en comparación con un combustible fósil. Para comprobarlo, la norma incluye una metodología de cálculo basada en todo el ciclo de vida del hidrógeno, desde la materia prima hasta el uso final.
El hidrógeno de origen biológico es aquel que se produce a partir de biomasa o residuos biogénicos mediante procesos sostenibles, es decir, cumpliendo con los criterios de sostenibilidad y reducción de emisiones de gases de efecto invernadero establecidos en la Directiva (UE) 2018/2001 (RED II) y sus actualizaciones. Esto incluye el hidrógeno obtenido mediante reformado de biogás o gasificación de biomasa, siempre que las materias primas sean sostenibles.
La principal ventaja que presenta es su capacidad para valorizar residuos orgánicos y subproductos de origen agrícola, forestal o industrial, disminuyendo el impacto ambiental asociado a la gestión de residuos, especialmente las emisiones de metano derivadas de su descomposición.
Se refiere al hidrógeno producido a partir de fuentes no renovables, pero que logra una reducción significativa de emisiones. Su condición principal es que debe garantizar al menos un 70 % menos de emisiones GEI en comparación con el hidrógeno fósil convencional.
Por ejemplo, la producción de hidrógeno mediante electrólisis alimentada con energía nuclear o el reformado de gas natural acompañado de sistemas de captura y almacenamiento de CO₂.
Este tipo de hidrógeno puede ser una opción de transición en países con acceso a nuclear o gas natural, siempre que se cumpla con el umbral de reducción de emisiones.
Esta categoría incluye al hidrógeno producido con fuentes renovables pero que no cumple uno o más de los requisitos exigidos al RFNBO.
Diferencias respecto al RFNBO:
Un ejemplo puede ser el hidrógeno producido mediante electrólisis conectada a la red eléctrica renovable existente, sin demostrar adicionalidad.
Aunque menos estricto, este tipo de hidrógeno sigue siendo relevante como vía de transición y puede contribuir a la descarbonización en países donde las condiciones regulatorias aún están en desarrollo.
Por su parte, el hidrógeno fósil se produce a partir de combustibles no renovables como gas natural, carbón o petróleo. El proceso más habitual es el reformado de gas natural con vapor, donde el metano reacciona con agua para generar hidrógeno y CO₂.
Por ello, el hidrógeno fósil no cumple la regla del 70 % de reducción de emisiones respecto a los combustibles tradicionales, que es el criterio para considerarlo “limpio”. Aunque existen variantes con captura de carbono, la mayoría de la producción sigue siendo intensiva en emisiones, a diferencia del hidrógeno verde, que se obtiene a partir de agua usando energía renovable y sin generar CO₂.
La clasificación por sí sola no basta. Para que el hidrógeno sea reconocido oficialmente como RFNBO, renovable, hipocarbónico o de cualquier otra categoría, es necesario contar con sistemas de certificación y trazabilidad.
La certificación es esencial porque:
Esta clasificación de los tipos de hidrógeno representa un paso decisivo en la construcción de un mercado energético sostenible y creíble. Así, la Unión Europea asegura que las inversiones en hidrógeno se orientan hacia soluciones que realmente reducen emisiones y aportan valor a la transición energética.
En este contexto, la certificación será la herramienta clave que determine qué proyectos prosperan y cuáles quedan fuera. Para empresas, inversores y consumidores, conocer y aplicar esta clasificación será una condición indispensable para formar parte del futuro energético de Europa.